martes, 16 de noviembre de 2010

Yo soy

     Jesús se proclama igual a Dios. Sus afirmaciones no dejan lugar a dudas. «Habéis oído que se dijo [Moisés]...Pues Yo os digo» (Mt 5,27-28). Jesús se considera, al menos, en plano de igualdad con Moisés. «Antes que Abraham naciese, Yo soy»... (Jn 8, 58). Está claro que Jesús se hace igual a Dios.

Sus adversarios entienden perfectamente con quién se quiere comparar: «No te vamos a apedrear por tus buenas obras, sino porque blasfemas, porque tú, siendo un hombre, te haces Dios» (Jn 10, 33).
Si lo hubiera querido, Jesús hubiera hecho una apología a la malinterpretación de sus palabras. Y más cuando se para ante el Sanedrín o ante Pilato, cuando su vida pende de la respuesta que dé a la pregunta: «Eres el Cristo, el Hijo del Dios bendito» (Mc 14, 61).
«Sí soy, y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo» (Mc 14, 62)

O Jesús está chiflado (se equivoca) o miente o simplemente dice la verdad. Si estuviera chiflado, ni sus discípulos darían su vida más adelante por Él, ni sus enemigos no lo tomarían en serio. Pero ninguna de estas situaciones ocurre.
Si miente, sería incapaz de morir y de la manera más atroz de aquellos tiempos, consciente de que está muriendo por una mentira.


Pues sólo queda la tercera opción que se muestra conforme a la realidad. Entonces, Jesús es realmente «el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16); «verdaderamente este hombre es el Hijo de Dios» (Mc 15, 39); «nadie ha hablado jamás como este hombre» (Jn 7,46).  Con razón Pablo tuvo que reconocer que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo (Flp 3, 8). 
Entonces, es verdad lo que afirma y cree el cristianismo sobre Jesús. 

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